Lo que hay en mi estudio no es propiamente una veranda sino un mirador. Una ventana con barras en forma de cruces que fragmentan la realidad vista a través de ella como una cuadrícula que discierne el panorama: un bóiler en primer plano, recortado contra un muro gris y una chimenea de hoja de lata en el extremo inferior izquierdo; al fondo, las flores moradas de una jacaranda en forma de corona que se mece con el viento. La jacaranda no aparece completa (tronco, ramas, hojas) sino en partes (nada más las flores); es por lo tanto una idea de jacaranda lo que sobresale del borde del muro, como si las flores estuvieran plantadas no en la tierra sino justo en ese borde. Son las siete y hay una quietud suprema; no se escucha ni siquiera un eco de trajín en las calles. Las personas son fantasmas que no acaban de despertar de su letargo y toda mi atención, por lo tanto, se concentra en la naturaleza muerta que hay detrás de la ventana.
La composición bóiler + muro + chimenea + jacaranda puede leerse como una negación del movimiento o una anticipación de la luz que dentro de poco ocupará la escena, opacando las texturas, uniformando los colores e introduciendo un efecto de claroscuro. Con él la composición adquirirá una connotación dramática: las grietas del muro desaparecerán o se verán de manera diferente, ya no como un mapamundi de dos dimensiones sino como la orografía de un lugar visto desde arriba por la lente de un satélite. El canto del gorrión le imprime un aire de misterio a todo esto («le imprime», como si el canto pudiera plasmarse de manera gráfica en la superficie del cuadro). El gorrión no aparece y sin embargo está ahí, acentuando su presencia con su canto. Por este factor, el cuadro deja de ser un paisaje «sentimental» a la manera de Boccioni (Stati d’animo: quelli che restano, 1911) y se convierte en una instalación, un tableau vivant como la concepción del misterio de lo-que-se-ve-a-través-de en la obra del último Duchamp (Étant donnés, 1969).Miro por la ventana cada vez que estoy exhausto, o cada vez que quiero llenarme de algo que debería estar ahí, al acecho. Como si aún tuviera una confianza positiva en la mirada. No tengo a mano cita de ningún filósofo que pueda ayudar a esclarecer lo que sigue, pero comparo lo que tengo escrito con lo que hay afuera: el cuadro es distinto. Es y no es lo que hay afuera. Es más bien lo que hay de nuevo en este adentro virtual que he construido con mi estado de ánimo boccioniano.
Algo falta, un asidero para seguir esta cadena de pensamientos. Imaginemos, de cualquier manera y sin coartada, un campo de futbol inscrito en la mente de un hombre que imagina un campo de futbol como metáfora del vacío que lo angustia. Con nitidez creciente, poco a poco empieza a sentir el pasto verde y fresco que recorre con la planta de sus pies descalzos; en seguida se percata de las líneas de cal que dividen el campo en mitades iguales; luego, una circunferencia en el centro partida en dos. Llegado a este punto el hombre que imagina tiene que elegir si va por la mitad derecha o por la izquierda. Le da enteramente lo mismo pero escoge una. Encuentra después de más de treinta pasos el área de peligro con su manchón punitivo; el área chica y la portería, con su red elevada sobre el pasto en una tercera dimensión inexplicable. De repente cree ya no estar caminando por un campo deportivo sino entre las diagonales de una selva oscura cuya comprensión lo rebasa.Si se mira bien, se verá que el hombre ha recorrido cada mitad del campo por separado y en tiempos distintos; es imposible que viera las dos mitades al mismo tiempo y que supiera, por lo tanto, que estaba en un campo de futbol –o tendría que haberlo visto todo desde arriba, como si fuera Dios y dijera: «Un campo de futbol». ¿Esto significa que el hombre que recorre el campo de futbol, al aprehenderlo en sus partes, al disponer del campo como un todo, está negando la posibilidad de la existencia de un campo de futbol? De cualquier modo, este hombre sólo existe en la imaginación de otro que no sabe cómo recorrer él mismo un campo de futbol en cuanto metáfora de su propia angustia.
Hay algo aún en este espinoso argumento que no atañe a la existencia del yo sino a la naturaleza imperfecta de las palabras y su (in)capacidad de reflejar con exactitud las cosas que vemos. ¿Cosas que vemos o creemos que vemos? Habría que discutir, entonces, la división entre palabra y cosa, entre la expresión «campo de futbol» y el campo de futbol en sí. Nada es lo que parece. O viceversa: lo que parece es. La realidad es una mentira que construimos a cada parpadeo. Sin embargo, tanto en el campo aquel como en esta página que escribo, hay divisiones, subdivisiones y marcas legibles. Destacan círculos y cuadros en oposición dialéctica; palabras redondas y líneas en conflicto apacible, como los barrotes cruzados que diagraman la realidad allende la ventana.El canto bizantino del gorrión que integra ya la página será la única prueba de que este argumento tiene una incidencia más allá de sí mismo.
jueves, 31 de mayo de 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
wow!
Bravo!
Maravilloso!
(aplausos)
Realmente Jabón, no sé qué hago escribiendo...
Cómo hacés para mantener los razonamientos de la mañana en la cabeza hasta el momento de escribirlos?
Nunca logro...
Publicar un comentario